miércoles, 28 de enero de 2015

Érase una vez un espacio en blanco

¡Hey, hey, hey! ¿Qué tal leváis la semana? Yo mañana por la mañana tengo un examen de literatura y, como suele pasarme, he decidido que es el momento más indicado para ponerme a subir una nueva entrada. Os traigo otro relato que presenté a un concurso hace unas semanas en el cual no tuvo mucha suerte. Pero miremos el lado positivo, ahora ya puedo compartirlo aquí :D De modo que os dejo leyendo. ¡Besos y feliz miércoles!

________________________________________

ÉRASE UNA VEZ UN ESPACIO EN BLANCO





Érase una vez un espacio en blanco.

Érase una vez un ente olvidado y sin nombre, que perdido se encontraba en la inmensidad de la nada. Una mañana se despertó y al contemplar la vasta extensión de vacío, más por aburrimiento que por necesidad, decidió crear un nuevo mundo. Para comenzar creyó que debía elegir un nombre para sí mismo, pues debía conocerse la identidad del creador, de modo que se llamó a sí mismo El Escritor. Después dirigió una mirada ávida al espacio en blanco que sobre él se cernía.

Tras el esfuerzo de decidir por donde empezar, comenzó inseguro con las insulsas pinceladas azul celeste de su cielo, seguidas por la pradera de verde hierba, que se extendía hasta donde su vista alcanzaba. No satisfecho del todo, colocó una cordillera de altas montañas en el horizonte y un bosque al este de la explanada. Tras otra mirada crítica, decidió que algo más faltaba allí. Primero repasó el contorno del astro rey, dio lugar a las inquietantes sombras entre la foresta y la pobló de  cada tipo de animal que por su mente cruzó, ya fuera real o no lo fuera. Moldeó a su gusto la fauna y la flora que allí moraban, dotándolos de color y dimensión. Después, casi como algo natural, vino el océano del oeste y con él la ciudad, cuyas lindes amenazaban con sucumbir al agua. Fue más tarde cuando el escritor se percató de que en su villa reinaba en más absoluto de los silencios. Así pues la pobló de gente alta y baja, amable y huraña, de todas las edades y características. Puso especial cuidado en uno de todos aquellos habitantes. Era un joven de no más de 18 años, con el pelo castaño y los ojos  de un azul brillante. Le dotó de conciencia y le volvió astuto e inteligente. Le  construyó una casa y le dio una familia: Un padre, una madre y un hermano pequeño con sus mismos ojos. Pasado un tiempo, el Escritor pensó que aquel muchacho merecía un nombre, así que se lo dio.

Mientras el chico vivía en la ciudad a orillas del mar, la extensión de tierra crecía tras las montañas y más allá de los bosques. El tormento que al principio había nublado los pensamientos del Escritor se había esfumado. Ahora era fácil e incluso placentero el hecho de dibujar las extensiones de aquel lugar insólito. No tardaron en formarse ríos, valles y llanuras. Acantilados, desiertos e incluso otras ciudades con sus respectivos moradores. La tierra se dividió en islas y continentes cada vez de mayor tamaño y complejidad hasta que la ciudad del oeste y los bosques del este pasaron a ser poco más que un destello en la gran inmensidad. Y así la vida se sucedió tranquila durante un tiempo, mientras el ocioso escritor lo contemplaba todo con orgullo desde su sillón en las alturas.

Aun sintiéndose conforme con su creación, el hombre no pudo evitar pensar que aquel mundo había caído en la rutina, por lo que tomó una decisión. La creó a partir del fuego de un volcán lejano. Hizo sus cabellos rubios y sus ojos verdes como la esmeralda. También a ella le dio un nombre y la llamó princesa. Al igual que el chico que habitaba en la ciudad, era joven. Mas por el contrario utilizaba su ingenio para sembrar el temor allí por donde pasaba. En el reino de las montañas, donde ella gobernaba, predominaban el dolor y la desgracia. Dijo el escritor. Y en las calles se escondían las mismas sombras del bosque del este.

Una buena tarde el hombre bosquejó una torre tan alta como la luna, desde la cual se podía vislumbrar cada rincón del mundo. Llevó hasta allí a la princesa de las tierras lejanas y la hizo subir peldaño por peldaño, como a una simple marioneta. Ella miró en la lejanía y cuando sus ojos se posaron en la ciudad del mar, fue un instante lo que tardó en encapricharse de ella.

La princesa quiso que aquel reino fuese suyo. De modo que, no habiendo conocido el amor ni la compasión, envió a cada una de sus criaturas hasta los límites de la ciudad con la intención de que la conquistaran para ella. El Escritor así lo dispuso, y las consecuencias no tardaron en hacerse ver y oír.

El pánico reinó entre las calles. Algunos se escondieron en los sótanos, con miedo a perder sus vidas, y otros decidieron alzarse contra los dominios de la princesa. Muy a pesar del Escritor, la guerra se llevó la vida de la madre del joven y de algún que otro habitante del pueblo. Pues bien es sabido que en toda guerra hay muerte y sacrificio.

El joven de los ojos azules, dotado por el Escritor de valor, decidió hacer algo para detener a la princesa. Viajó por todo el mundo y vivió su propia aventura. Atravesó el bosque del este, al que todos los viajeros rehuían. Siguió el curso del río hasta llegar a las montañas y burló, no sin esfuerzo, la muralla que bordeaba el límite de los dominios de la princesa. La chica se encontraba en lo alto de torre, observando con serenidad el trabajo de sus súbditos.

El chico de los ojos azules la buscó por todo el reino, hasta dar finalmente con ella. Cuando lo hizo intentó explicarle el problema que su hogar sufría por su culpa. Pero ella, cegada por la ambición, no dudó en encararse contra él. Le retuvo en su castillo y no le dejó marchar. Prometió que jamás volvería a ver la luz del sol.

Pero de algún modo u otro, pasaron los días, las semanas y los meses. E inevitablemente la princesa se enamoró de él. Solo entonces se dio cuenta de que podría haber otra forma de hacer las cosas. Otra forma de vivir. De modo que ordenó a sus criaturas que regresaran al bosque y con suma tristeza dejó ir al joven de los ojos azules, quien regresó a su casa sin saber qué pensar. Poco después la batalla acabó y la prosperidad reinó de nuevo en aquel mundo. El tiempo borró las heridas de sus pérdidas hasta que, finalmente, cayó de nuevo en la rutina.

En la ciudad, los niños jugaban cantando cada día las mismas canciones. El mar seguía amenazando con tragarse aquella ciudad y el padre del chico seguía siendo afable y risueño. La princesa se subía cada noche a lo alto de su torre y observaba la ciudad con ojos anhelantes y en ocasiones llenos de lágrimas. Los pájaros volaban, los peces nadaban, las nubes descargaban su lluvia de vez en cuando y el sol se escondía cada noche para dar paso a la luna. La gran historia de aquel lugar ya se había convertido en otra historia más, presa del pasado y el olvido.

El Escritor se sentó de nuevo y contempló, exhausto, el perfecto resultado de su Historia. Mas aquella tranquilidad no duro tanto como él esperaba, pues un día lo inevitable ocurrió. El hombre cerró los ojos inconscientemente y la vida se transformó poco a poco en silencio.

Las montañas se plegaron sobre si mismas y los árboles comenzaron a decrecer, arrugados e inservibles. Sus hojas se desperdigaron por el suelo como un manto de sangre color parda. Las criaturas del reino y los habitantes de la ciudad del mar se evaporaron, reducidos al pasado de un lugar ya inalcanzable. El agua se tragó la tierra, y seguidamente el ardor del sol hizo que se evaporara el mar. Cuando ya solo quedaban el sol y el cielo, comenzó a hacerse la oscuridad. La estrella única destelló antes de apagarse para siempre. Frágil y bella, como un último aliento.

El Escritor abrió los ojos, temeroso de encontrarse solo de nuevo en aquel vacío, pues tan grande habían resultado ser su regocijo ante el fruto de su esfuerzo, que apenas podía soportar la idea de dejarlo atrás.

Y tal fue el desconsuelo al abrir los ojos y ver su mundo tan espectacularmente destruido, que decidió volver a empezar. Y así lo hizo.

Incontables lugares se sucedieron sobre aquel espacio en blanco, al que El Escritor había empezado a llamar Mente. Crecían hasta donde alcanzaba la vista para más tarde perecer en su fin colosal. Todos se llevaban un pequeño trozo del alma del Escritor, y a cambio el Escritor siempre guardaba en su interior un fragmento de cada uno de ellos. La imagen del joven de ojos azules y de la ciudad del mar, moraban intactos en lo más profundo de sus recuerdos.

Así se sucedieron los años. Y el espacio en blanco al que en un principio aquel hombre había temido y odiado, se convirtió en el lienzo de su propia realidad. La nada se llenó de posibilidades. La oscuridad se convirtió en luz, y en ocasiones la canción del silencio le susurraba antes de dormir, ideas para la creación de su siguiente obra.

Y de este modo, el Escritor jamás volvió a estar solo.

sábado, 24 de enero de 2015

Si por casualidad recuerdas mi nombre...

¡Buenas noches a todos! Sí, después de una semana estresante sigo viva, y me paso por el blog para compartir otro relato más con vosotros. Es algo largo y he intentado acortarlo muchas veces, pero no soy capaz de encontrar nada que quitarle >.< De modo que así se ha quedado jeje. Es otro de mis clásicos, espero que os guste. 

________________________________________

SI POR CASUALIDAD RECUERDAS MI NOMBRE...




Me di la vuelta y apoyé la espalda en el borde de la barra, sujetando mi vaso de cristal de manera impersonal y desganada. El hombre que hasta ahora había estado sentado un metro a mi derecha se metió la cartera en el bolsillo delantero de la chaqueta y se levantó con parsimonia, dirigiéndose hacia la puerta con los hombros hundidos. Mientras le observaba marcharse de reojo me pregunté si yo me vería tan abatido como él. El hombre recuperó su paraguas del paragüero y lo abrió al tiempo que salía a la calle. Llovía. Realmente llovía como no lo había hecho en mucho tiempo. La puerta se cerró de nuevo, amortiguando el ahora casi inexistente sonido del agua al estamparse contra la acera de la calle.

El ambiente que se respiraba en el bar era oscuro y viciado. Lleno de ruido, música alternativa y recuerdos. Todo seguía estando dolorosamente idéntico que hace años. Las mismas botellas de tequila detrás del mostrador, las mismas y destartaladas lámparas, las mismas mesas de madera atestadas de nombres y fechas grabadas torpemente con el filo de una navaja. Incluso el tipo de gente que se dejaba caer por allí era el mismo que antes. Los alegres grupos de jóvenes adolescentes, con demasiada pereza para juntar dos mesas y demasiado unidos como para sentarse en lugares independientes, que movían las sillas de aquí para allá, sentándose amontonados. Los mismos pobres idiotas solitarios que se dejaban caer uno por uno en los taburetes de la barra en busca de olvido y consuelo. Sonreí. Y de alguna manera fue una sonrisa triste y alegre al mismo tiempo. Yo siempre había pertenecido al primer grupo. Pero claro, ahora ya no era un adolescente alegre y para qué engañarnos, necesitaba olvido y consuelo. Aunque creo que no he venido al lugar indicado en busca de olvido. Mis ojos se volvieron de nuevo hacia el bar. Desde luego estaba igual. Demasiado igual como para poder soportarlo.

Las propias personas en sí eran lo único que había cambiado.

Casi inconscientemente mi mirada se posó en el chico de pelo castaño y piel bronceada y llena de pecas que venía atendiendo la barra desde hace ya un rato. Sería apenas un par de años más joven que yo. Veintidós o veintitrés como mucho. Y a pesar de no haberle visto en mi vida tenía ese aire despreocupado que recuerdo de manera tan familiar. Intento recordar la cara alegre y sonriente de la camarera de hace años y lo veo borroso a causa de todo el tiempo transcurrido. Se que tenía el pelo negro y rizado y un lunar justo debajo del ojo derecho. Creo que su nombre empezaba por N. ¡Ah, cierto! Se llamaba Nancy. Me pregunté vagamente donde estaría Nancy ahora.

Las caras de los chicos de las mesas me resultaban familiares de un modo lejano, como si les hubiese visto con anterioridad en algún sitio pero sin llegar a reconocer donde. La sudadera roja de ese chico. La forma de apartarse el pelo de la chica de al lado intentando llamar su atención. La mirada dolida y resignada del chico de las gafas, que les observaba desde dos mesas más al a derecha. No tardé mucho en darme cuenta de que aquello era un mero espejismo creado por mis propios recuerdos. Adolescentes. Ahora me doy cuenta de hasta que punto son transparentes. Me pregunto si yo también lo fui una vez, cuando me sentaba en aquellas mesas. Probablemente sí. No pude evitar sonreír de nuevo mientras me llevaba otra vez el vaso a los labios.

Mis ojos continuaron su camino hacia la derecha, hasta casi toparse con la pared del fondo. La mesa más lejana en el lado derecho del bar era la única que permanecía desocupada y nadie parecía tener la más mínima intención de acercarse a ella. Probablemente porque solo quedaba una silla en ella.

Era a simple vista una mesa idéntica a todas las demás. Más vieja y con más grabados, quizá. Aunque era posible que solo fuera otro truco de mi mente, haciéndeme recordarlo todo una vez más. Le eché un vistazo y casi pude percibir las débiles marcas, en el lugar exacto donde un día había estado mi nombre. Aunque estaba oscuro y era imposible saber si me equivocaba. Aparté la mirada y la devolví allí, como si hubiera algún tipo de imán que no me permitía hacer otra cosa. Con ella vacía era más que fácil imaginarlos allí. Imaginarnos a nosotros de nuevo allí. Me lo pregunté de nuevo inevitablemente. Era como con Nancy, la camarera. ¿Qué habría ocurrido con todos ellos? ¿A dónde habrán ido? ¿Podré yo volver a verles algún día? A Michael, a Ed, a Izzy… A ella. No lo sé.

Por ahora solo quedaban sus fantasmas.

Y justo en ese momento, una chica entró por la puerta. Parecía demasiado bien vestida como para entrar en un sitio como este bar. Sus ojos eran verdes, indudablemente verdes. Su pelo era como el oro viejo y estaba recogido en un elaborado moño. Su rostro era tan común que probablemente nadie la recordaría si la viese menos de dos veces. También era baja. Apenas sobrepasaría el metro sesenta y cinco de estatura. Nadie se percató de su presencia pero yo lo hice. Por supuesto que lo hice. Sonreí sin poder evitarlo, porque ella siempre había sido así oportuna.

Mis ojos la siguieron por todo el local por mera formalidad, porque yo ya sabía a donde se dirigía. Se sentó en la única mesa de la cafetería que quedaba libre. Aquella del fondo de la habitación. Separó la silla lentamente y se deslizó en ella, apoyando los antebrazos en la mesa. Un mechón de pelo color ocre cayó sobre su ojo derecho cuando se giró para mirar al camarero. No pude llegar a escuchar lo que dijo antes de que el chico se fuera de vuelta a detrás de la barra. Ella suspiró y se metió el mechón de pelo detrás de la oreja distraídamente. Siempre lo había hecho de esa forma. Continué mirándola, aun sabiendo que en cualquier momento ella podría volverse hacia mí. Me daba igual.

Yo siempre la había mirado así. Como si al observarla estuviera viendo algo totalmente normal y aun así fuera de lugar. Había algo en ella que era inexplicable. Algo que los demás eran incapaces de ver, pero que estaba allí. Siempre había sido para mí algo complicado de describir. Ella… Ella era… Como las estrellas que permanecían en el cielo durante una lluvia de estrellas.

El camarero de las pecas volvió a su mesa no sabría decir cuanto tiempo después. Depositó delante de ella una taza de café llena hasta los topes, más blanca que de color marrón a causa de la espuma. La observé un momento más con la extraña sensación de sentirla de vuelta, mientras cogía el sobre de azúcar y le daba unos golpecitos. Antes de romper el extremo y vaciar parte su contenido sobre la taza. Solo medio sobre, como hacía siempre. Tomó la cuchara y revolvió el café con el esmero de hace años. Y mientras bebía el primer sorbo se me pasó por la mente que también ella parecía abatida. Quizá solo se había sentado en aquella mesa para fingir que no se encontraba así. O quizá era al revés, y había comenzado a sentirse desolada pocos segundos después de decidir sentarse allí. Como aquel estado taciturno en el que yo me encontraba. Demasiados recuerdos para una sola tarde, a lo mejor.

Ella apoyó la palma de su mano izquierda en la cuarteada madera y repasó las gastadas inscripciones con sus finos dedos. Incluso desde la prudente distancia a la que yo me encontraba, podía apreciarse que eran muchas como para poder ser contadas. De nuevo como evocar cada una de esas estrellas que permanecían en el cielo durante una lluvia de estrellas.

Y mientras sus ojos viajaban a través de las firmas, anhelé que al menos cuando su mirada encontrara mi nombre, una sonrisa de reconocimiento se instalara en su cara. Si así fuese me sentiría honrado. Pero quizá, y en el fondo sabía que así era, mi nombre no fuera ya más que un recuerdo vago. Como la forma en la que Nancy preparaba los cafés tras la barra. Quizá para ella fuese solo un nombre más, alguien con la cara borrosa a causa de los años.

Se demoró más en algunos lugares que en otros, mientras acariciaba las marcas casi pareciendo ida. Durante un instante olvidó su humeante café. Por un momento se detuvo en un lugar justo que reconocí en seguida a pesar del tiempo: También su nombre se encontraba allí, y era el único escrito con una caligrafía medio decente. Lo observó durante un momento sin ningún tipo de expresión. Después pareció despertar de su trance, porque negó con la cabeza y volvió a tomar otro sorbo del café.

La canción se acabó, dando paso a otra del mismo estilo.

Y de repente la música, el aire cargado de melancolía, aquella solitaria mesa olvidada en el rincón; todo se volvió demasiado nítido como para poder convivir con ello más tiempo. Me di la vuelta y le pagué la bebida al camarero de las pecas. Después me deslicé fuera de mi taburete y me abroché los últimos botones de la chaqueta, previendo que el frío exterior sería incluso más frío que antes. Caminé hasta la entrada con paso seguro y decidido, sin mirar atrás no por un segundo. Y me gustaría poder decir que sentí la mirada de ella clavada en mi espalda, pero no fue así.

Estaba en lo cierto. La noche se había vuelto helada. Nubes de vaho se formaban delante de mi cara con cada respiración y el aire congelado se acumulaba en mis pulmones, intentando aplacar un dolor menos tangible. Intentando ayudarme a resignarme. Yo simplemente me quedé al lado de la puerta con las manos metidas en los bolsillos, observando la lluvia caer en la oscuridad.

Es un hecho que los recuerdos mueren. Que a medida que se nos escapa el tiempo los recuerdos se elevan cada vez más alto. Y cuanto más cerca del cielo están más inalcanzables se tornan. Pero es bello pensar que de vez en cuando uno de esos recuerdos no quiere morir y que si eres capaz de atraparlo en su vuelo, permanece contigo para siempre. Yo lo sabía bien. ¿No era acaso uno de aquellos recuerdos el que estaba abriendo la puerta del bar ahora mismo?

Cerré los ojos y suspiré. La puerta se abrió a mi lado, con un suave ''clic'', para más tarde volver a cerrarse. Durante un segundo, la música lejana se abrió paso inexorablemente hasta mis oídos, provocándome un escalofrío. Seguramente habría pasado un buen rato desde que había decidido salir de allí, pero no sabría decir cuanto llevaba parado bajo el tejadillo de la entrada del bar. La lluvia había empezado a caer más fuerte y yo no tenía paraguas. Aquella pequeña porción de tierra seca era lo único a lo que podía aferrarme. Y a decir verdad, aquella era casi la única razón por la que había terminado en aquel lugar.

Escuché dos pasos y, en efecto, allí estaba ella. Tan cerca y tan viva que no parecía real. Tan como siempre. Su pelo, despeinado de una forma casi cuidada; su piel, una perfecta mezcla de blanco y rosado; incluso el perfume que utilizaba parecía el mismo. Observaba la pantalla vacía de un teléfono móvil y fruncía el ceño mientras intentaba encenderlo. Tras unos segundos pareció decidir que era un caso perdido y soltó un suspiro resignado mientras lo guardaba de nuevo en el bolso.

Entonces su mirada se deslizó hacia la izquierda y luego un poco hacia arriba. Me miró con curiosidad y sus ojos también seguían siendo sus ojos a pesar de parecer tristes y apagados. Me pregunté vagamente como sería el mundo visto a través de esos ojos. Si tendría el mismo color o si no tendría color en absoluto.

-Buenas tardes.-Me deseó con una sonrisa amable y condescendiente, de esas que regalamos a los desconocidos para parecer corteses. Después abrió su paraguas azul aguamarina y se alejó de mí con un caminar frustrado. Sin darme si quiera un segundo para contemplar la posibilidad de responderle. Y en el breve lapso de tiempo que tardó en llegar hasta la cabina telefónica del final de la calle, sentí muchas cosas.

Me sentí dolido porque lo poco que ella conservara de mí no era suficiente. Me sentí un cobarde por dejarla ir otra vez y no ser capaz de detenerla. Me sentí traicionado porque durante seis años había impedido que su recuerdo se esfumase, y quizá esperaba que ella hiciese lo mismo con el mío. Pero a pesar de todo sentí esperanza. Porque ella aun estaba allí, al final de la calle. Porque a pesar de todo yo seguía siendo yo, y ella seguía siendo ella. Y la conocía tan bien que tenía la absoluta certeza de que al menos conservaba algo de mí. Aunque era una esperanza tan frágil que daba la impresión de poder romperse en cualquier momento. Y de hecho lo hizo.

Si me recuerdas, solo dilo. Si por casualidad recuerdas mi nombre, házmelo saber.

Pero ella no dijo nada. En lugar de eso se limitó a deslizar otra moneda más en la ranura de la cabina y a descolgar el auricular. Esperé unos segundos tan intensos como interminables, hasta que al final me cansé de esperar. De modo que abandoné mi refugio en el portal y salí a la calle con la cabeza vuelta hacia el suelo. Sí, fue en ese momento.

La lluvia me envolvió como el abrazo de un amigo triste y compasivo. Yo me refugié en él de buena gana, pues poco me importaba ya el hecho de mojarme bajo su manto. Necesitaba volver a casa. Comencé a caminar con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta, siempre en dirección contraria a su pelo, sus ojos y su voz. Pero no fueron más de dos pasos los que logré caminar.

Escuché como ella soltaba una exclamación ahogada, así que me volví. El teléfono se le resbaló de las manos y golpeó el poste de la cabina antes de comenzar a balancearse inerte y pasivo de un lado a otro.

Entonces se giró y sus ojos encontraron los míos una vez más. Y con una nota de anhelo y una asombrada sonrisa de reconocimiento, ella dijo mi nombre.

Y yo, por supuesto, me sentí honrado. 

sábado, 17 de enero de 2015

Típicos tópicos: Fantasía

A muchos nos gusta la literatura fantástica. Pero hay que reconocer que dentro de este género hay muchas ideas que ya están bastante trilladas, y de eso precisamente vengo a hablaros hoy: Os traigo una lista de tópicos que todos nos sabemos de memoria de tanto verlos en este tipo de libros. Cabe decir que nada de esto está dicho con mala intención ya que yo soy la primera en tragármelos uno tras otro. Esto te servirá de base si quieres una vía fácil para convertirte en escritor de novelas fantásticas juveniles y no te apetece pensar en una historia original o si simplemente quieres reírte un rato. 

Comencemos: 


La rara de la clase: Por regla general, la personaje principal (que en el 99% de los casos es una chica, sí) tendrá más bien pocos amigos, será ''invisible'' y no le llamará la atención a absolutamente nadie ya que no tiene un físico espectacular. Vive su vida aburrida sin tener ni idea de que el destino le tiene preparada una buena. De repente llega el chico y toooooodo su mundo cambia. y bueno, pues eso.


El don: Esto no ocurre solo en las historias de fantasía, pero ya que es la primera entrada que hago sobre esto, lo pongo aquí. Por muy normal que sea nuestra protagonista, casi siempre va a tener algo que le distinga de las demás. O bien dibuja maravillosamente, o baila, o toca un instrumento musical, o hace kárate o caza... Bueno, ese tipo de cosas.





Amor inexplicable y a primera vista: Pero oye, de repente llega un chico arrebatadoramente guapo y carismático que por algún motivo que nos resulta desconocido, se siente atraído por la chica de arriba. Y no, no es porque ella se acerque a hablar con él (porque sigue siendo medio fantasma), pero él la ama igualmente y daría su vida por ella sin dudarlo. Así, sin conocerla. Porque sí y porque le mola. ¿Por qué esto no pasa en la vida real? :C


Triángulo amoroso: Si os parece poca coincidencia que de pronto haya un chico desconocido enamorado de la protagonista, ¡no pasa nada! Siempre se puede tirar de un triángulo amoroso. La gracia de esto consiste en que la chica tiene que ''elegir'' a uno de los dos, y nosotros no sabemos cual. Suelen estar formados por:

·Malote sexy nº 1 (Es el chico misterioso, perfecto y de mirada penetrante del que os hablo arriba. Es bueno aunque siempre será sarcástico o terriblemente borde. Lo del don también puede aplicarse aquí.)
·Malote sexy nº 2 (Este está en el bando de los malos y es posible que tenga la misión de matar a la protagonista. Al final se enamora de ella y se descubre que no es tan malo como parecía)


La profecía: Si quieres una solución fácil y rápida para que tu personajes se metan de cabeza en el 
problema de la historia, aquí la tienes: Tu chica tímida y antisocial es la elegida de una profecía que dice que ella es la única que puede... yo que sé, destruir el Cáliz de Oldáis (el nombre os ha encantado, que lo sé yo)






El mentor: Este personaje también es indispensable. Se trata de un hombre mayor, gruñón y huraño que se encarga de enseñarle a la prota todo lo que sabe. Suele ser duro con ella, pero en realidad es una persona de oro. Tiene un pasado trágico, eso es importante. Al final de la historia suele morir o no se sabe lo que pasa con él.


Quiero protegerte: ¿El triángulo amoroso no te da para más? Tranquilo, para darle un poco de vidilla a tu historia de amor, siempre puedes recurrir a este argumento del malote sexy nº1. Él considera que puede hacer daño a la chica, por lo que decide abandonarla para protegerla. Bastante inútil, pero muy heroico por su parte.



Familia bastante peculiar: Algo indispensable en una buena historia de fantasía es el drama familiar. Por una parte puedes hacer que tu protagonista sea huérfana (sus padres murieron en un accidente de coche o desaparecieron en extrañas circunstancias) O bien que tenga familia, pero que estos la desprecien profundamente por causas desconocidas.



Sagas, sagas everywere: Esto es algo que me fastidia mucho de la literatura juvenil. Las historias de fantasía suelen tener mucho que desarrollar y, por ende, es difícil encontrar libros independientes de este género. ¿Que tu libro tiene mucho éxito? ¡Pues saca una segunda parte! Da igual que la historia no de más de sí, porque para eso solo tienes que inventarte algo como... el malo no ha muerto porque tiene doce vidas. Hazme caso, te forrarás. Pero bueno, de esto de las sagas ya hablaré largo y tendido más adelante.



Bueno, hasta aquí mi entrada de hoy. Hacía tiempo que me apetecía hablar un poco de esto, de modo que ya me he quedado a gusto JAJA. Estoy preparando otras dos entradas similares a estas, pero en lugar de los tópicos de la fantasía os hablaré de las distopías y de las historias realistas. También están en marcha un par de reseñas, de modo que no tardaré en volver por aquí. Hasta entonces... ¡Un beso!

domingo, 11 de enero de 2015

Final alternativo (I)

¡Hola a todos! ¿Qué tal? Espero que bien, porque así por lo menos compensaréis lo estresada que me siento yo. Solo llevo dos días de clase y ya me toca ponerme a estudiar para el examen de historia de mañana -.-'' Pero bueno, en algún momento de mi espiral de sopor infinito me he acordado del blog y he decidido que ya iba siendo hora de postear algo nuevo. 

Como ya os he dicho, no tengo mucho tiempo, de modo que os traigo un relato que empecé a escribir hace bastante. Como es un poco largo y me faltan cosillas por retocar en él, lo publicaré en varias partes con la etiqueta de ''final alternativo''. No serán demasiadas, tres o cuatro a lo sumo. Y bueno, pues espero que os guste que yo me tengo que volver a estudiar ;)

________________________________________

FINAL ALTERNATIVO (I)





-¿Y nunca habéis pensado que si las bolsas de palomitas cuestan cinco euros nadie va a comprarlas? Quiero decir, es mucho más fácil caminar hasta el supermercado de la calle de enfrente y comprarse una tableta de chocolate, o patatas o gominolas por un cuarto de ese precio y esconderlas en una mochila para meterlas en el cine de contrabando, ¿no es verdad? No me malinterpretes, solo intento ayudaros porque creo que vuestra política no es muy efectiva. ¿Qué tienes que decir al respecto, Patty?-Finalizó.

El chico estaba apoyado contra el mostrador de la taquilla número uno del cine con aire despreocupado. Llevaba una camisa de cuadros de color azul oscuro, debajo de una chaqueta más que desgastada al igual que sus botas. Hablaba con la encargada de las entradas como si la conociese de toda la vida, pero por la cara de perro que ella ponía, era obvio que no era así. La mujer estaba a punto de responderle con aburrimiento cuando el tipo gordo y más bien calvo que esperaba varios lugares detrás en la cola se entrometió en la conversación, dirigiéndose al muchacho de manera grosera.

-¿Quieres callarte y pedir tu entrada de una vez, niño? No tenemos todo el día para esperar a que te decidas.-Gruñó el hombre. El chico se volvió para mirarle y cuando lo hizo sonreía de manera sarcástica y cordial a la vez, si es que eso era posible.

-No estarías aquí solo un sábado por la tarde si no tuvieses tiempo libre para perderlo.-Declaró él.

Los hombros del señor gordo se hundieron notablemente cuando, tras meditarlo unos segundos, se dio cuenta de que el otro tenía razón. Se rascó la calva con incomodidad, se dio la vuelta y no volvió a decir ni una sola palabra. El chico suspiró y puso los ojos en blanco. Luego se giró de nuevo hacia la taquilla y le habló amablemente a la tal Patty.

-Quiero una entrada para…

Mientras todo esto se desarrollaba en la taquilla número uno, yo me encontraba pagando mi bono en la taquilla número dos. No escuché el resto de la conversación, ya que me encontraba demasiado ocupada intentando rescatar algo de dinero suelto de entre el inmenso caos de mi bolso. Y cuando el chico de la camisa de cuadros me esquivó en su camino hacia la entrada del cine ni siquiera me molesté en dirigirle una discreta mirada de reojo. Le pasé las monedas a la chica de la taquilla número dos (que tenía las mismas ojeras que la chica de la taquilla número uno, solo que la etiqueta de su uniforme tenía escrito Holly en lugar de Patty) y le sonreí tímidamente. Ella me devolvió la sonrisa y me dio mi entrada para que yo pudiese irme.

Antes que nada, aclaremos una cosa: Yo no era de ese tipo de personas que solían ir solas al cine. Pero la verdad es que en aquella tarde de invierno tan húmeda y aburrida no había tenido fuerza ni ganas para pensar en un plan mejor. Jade y Osment se habían ido de escapada romántica a la cabaña del susodicho y no volverían hasta el día siguiente; Ivonne, Astrid y Carol tenían exámenes de evaluación la semana que viene y la sola perspectiva de verle la cara a Shanon después de lo que había ocurrido con Patrick seguía poniéndome enferma.

La sala número doce estaba casi completamente vacía, probablemente porque faltaban más de diez minutos para que empezara la película. Yo me limité a buscar mi asiento exacto y a dejarme hacer en él con un suspiro. Era un buen asiento: Justo en el centro de la sala y más bien tirando hacia arriba, hacia la última fila. A no ser que diera la casualidad de que un jugador de baloncesto tuviese el capricho de sentarse delante de mí, tendría una visión perfecta. Rebusqué de nuevo en mi bolso para poner el móvil en modo vibración y di un sorbo de mi Coca- Cola.

A los pocos minutos, las luces de la habitación se apagaron. Ningún tipo de dos metros veinte de altura se había sentado en el asiento de delante. A decir verdad, el cine estaba casi tan desprovisto de gente como antes, a excepción de un grupo de idiotas en la primera fila, dos ancianas que seguramente habrían elegido la película al azar de entre la lista de estrenos del periódico y otro par de individuos repartidos por aquí y por allá, todos ellos a una distancia de un radio de diez butacas de mí. Nada interesante. Me agaché y bebí otro trago de mi refresco, pero entonces noté como alguien se dejaba caer en la butaca de al lado. Más por acto reflejo que por curiosidad, le miré de soslayo.

Se trataba de aquel chico de la taquilla número uno. Con tan poca luz como había, su pelo cobrizo parecía prácticamente negro y el color de sus ojos apenas era perceptible. Llevaba varios pares de chocolatinas de marca blanca en las manos, junto con una bolsa de regaliz negro y nubes de azúcar blancas. Ni siquiera notó que le miraba, ya que se encontraba demasiado ocupado observando los anuncios con aire crítico como para prestar atención a nada más.

Al ver que el desconocido no parecía tener intención de dirigirme la palabra, giré la cabeza de nuevo hacia la gran pantalla. Él me ignoraría y yo le ignoraría. Vería la película como se supone que había venido a hacer, me emocionaría con el final y me terminaría mi Coca- Cola. Perfecto. Me gustaba el plan.

Entonces no lo sabía, pero jamás llegaría a ver terminar aquella película.

sábado, 3 de enero de 2015

La Canción Secreta del Mundo

¡Hola a todos! Madre mía, sí que ha pasado tiempo desde la última vez que me pasé por aquí...¡Desde el año pasado, nada menos! Es que con esto de las fiestas, las comidas familiares y todo eso no me ha quedado mucho tiempo para preparar más entradas. Pero hay algo para lo que sí que he tenido tiempo: Leer. Y por eso hoy he decidido traeros la reseña de una de mis más recientes adquisiciones, La Canción Secreta del Mundo de José Antonio Cotrina. Os dejo con mi opinión. ¡Feliz año nuevo a todos!

________________________________________



Título original: La Canción Secreta del Mundo

Autor: José Antonio Cotrina

Género: Fantasía

Número de páginas: 666

Editorial: Hidra

Categoría: Libro autoconclusivo.

Sinopsis: Ariadna no podría imaginar ni en el más osado de sus sueños cómo era su vida antes de perder la memoria en un incendio. Cícero. Iskaria. Los filos. La segunda luna de la Tierra. La casa sin ventanas...

Un incontenible torrente de respuestas está a punto de arrastrarla hasta los lugares más oscuros y asombrosos de su pasado.

¿Te atreves a descubrir junto a ella cuál es la canción secreta del mundo?


MI OPINIÓN:


Bueno, y aquí está. La Canción Secreta del Mundo. El libro inexistente, el libro fantasma. Escuché hablar muy bien de él a una Booktuber hace unos meses, así que no fue raro que me picara el gusanillo de leerlo. Llevaba buscándolo por todas partes desde entonces (hasta debajo de las piedras) sin encontrarlo por ninguna parte hasta que por fin, hace cosa de una semana, mi madre me lo ha regalado por navidad. A ella también le ha dado muchos quebraderos de cabeza el dichoso libro JAJA. Y bueno, justo esta tarde lo acabo de terminar, de modo que quería compartir mi opinión con vosotros antes de que se me pase la emoción del momento.

Cuando uno lee la sinopsis de este libro podría pensar (y de hecho yo lo pensé la primera vez) ''Meh, otro libro de fantasía juvenil como todos los miles que ya hay. Qué cliché...'' 

¡PUES NO! Es más, si lo que estáis buscando leer es la historia predecible y comercial de ''chica descubre que tiene poderes sobrenaturales y conoce a típico míster vampiro/ángel/fantasma/mago supersensual que se enamora de ella al instante y juntos salvan el mundo'' os aconsejo que no cojáis este libro porque no encontraréis eso ni nada que se le parezca. Este es un libro puramente fantástico, sí, pero os aseguro que es completamente diferente a cualquier cosa de este género que hayáis leído antes.

No sé como explicar mis sentimientos hacia este libro, que no son pocos, pero empezaré diciendo que no era para nada lo que creía que me iba a encontrar y que me ha pegado mucho más fuerte de lo que esperaba. (A decir verdad, es el primer libro de mi vida con el que he llorado) Es un libro muy intenso y bastante más oscuro de lo que solemos encontrar por los lares de la literatura fantástica juvenil. Es una novela macabra, plagada de criaturas inimaginables y monstruos que acechan entre las sombras, que solo a una mente brillante podrían habérsele ocurrido. El autor no endulza o suaviza absolutamente nada de la trama. (El prólogo se titula ''Un saco de niños muertos'' y os aseguro que no es una metáfora ni una forma de hablar)

Como ya he leído en varios blogs, José Antonio Cotrina ya se ha ganado la fama de el George R. R. Martin español, y no os voy a decir que no. Y es que Cotrina no se corta un pelo a la hora de torturar, matar o destruir por completo la vida de los personajes. Os juro que durante todo el libro he estado sufriendo junto a Ariadna, angustiada por cada cosa que le ocurría y deseando internamente que a nadie llegue nunca a pasarle algo ni remotamente parecido. Y lo mismo con el resto de personajes secundarios.

¡Y ahora que menciono a los personajes! Creo que estos es un gran punto a favor del libro. Ninguno de ellos está hecho para agradar a la gente, para hacerse querer o ganarse el cariño del público. Simplemente son como todas las personas reales y como deben ser, con sus defectos y sus virtudes. En esta novela un personaje de belleza extrema puede llegar a ser un auténtico monstruo, o alguien que en apariencia es muy normal puede convertirse en algo maravilloso. Encontraréis personajes crueles, despiadados y sanguinarios, inocentes, rotos, muy mal de la cabeza, algunos... y las emociones de todos ellos os sobrecogerán por completo a lo largo de toda la trama.

A pesar de que el libro me ha encantado e impresionado para bien, dudo que vuelva a acercarme a alguno de los escritos de Cotrina hasta dentro de un laaaaargo tiempo. No porque me haya decepcionado (¡en absoluto!), sino porque no creo estar preparada todavía para otro mazazo emocional como el que me ha producido La Canción Secreta del Mundo. Mi pobre corazón necesita descansar un poco.

No voy a puntuarlo del uno al diez porque la verdad es que todavía no estoy segura del todo de cual es mi opinión exacta a cerca este libro. Lo único que puedo decir es que todavía sigo bastante impactada después de haberlo acabado porque, como ya he dicho, no era PARA NADA lo que yo esperaba, y la mayoría de las cosas me han tomado por sorpresa (Y ese final... ESE. MALDITO. FINAL). Pero al fin y al cabo de lo que se trata un buen libro es de hacerte sentir cosas y La Canción Secreta del Mundo en este aspecto se luce sin lugar a dudas. Ya sea para bien o para mal, es uno de esos libros que se quedan grabados a fuego en la memoria y os aseguro que no os dejará indiferentes.

De modo que si te gustan las historias de fantasía y quieres leer algo diferente, con un toque macabro y una pizca de oscuridad que pizca ni que pizca, el bote entero..., este es un libro que tenéis que leer. ¿Os atrevéis a descubrir la canción secreta del mundo?